Escribo con la ceguera desalmada con que los niños arrojan piedras a una loca como si fuese un mirlo. En realidad no escribo: abro la brecha para que hasta mí llegue, al crepúsculo, el mensaje de un muerto.
Y este oficio de escribir. Veo por espejo, en oscuridad. Presiento un lugar que nadie más que yo conoce. Canto de las distancias, escucho voces de pájaros pintados sobre árboles adornados como iglesias.
Mi desnudez te daba luz como una lámpara. Pulsabas mi cuerpo para que no hiciera el gran frío de la noche, lo negro.
Mis palabras exigen silencio y espacios abandonados.
Hay palabras con manos; apenas escritas, me buscan el corazón. Hay palabras condenadas como lilas en la tormenta. Hay palabras parecidas aciertos muertos, si bien prefiero, entre todas, aquellas que evocan la muñeca de una niña desdichada.
Alejandra Pizarnik (del libro Poesía Completa, Ed. Lumen)
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