Por esa veta gris en una perla
donde incendia la luz del occidente
un paisaje tras otro, una tras otra gema,
busqué fuentes y hallé, topé con valles
me perdí, vi el antiguo camino, eludí aldeas
y quise cabalgar. Te recordé sentado
junto al refugio de la salamandra.
Por mis palabras indefensas nunca
vas ni ibas tu. Este ocaso es casi tu silencio
y un latido en tus sienes deshace la belleza.
No como el tiempo que segó la sangre:
como una luz vivísima que mueve
la destrucción de todos los horizontes frágiles
para vibrar imperceptible sobre
el sol, el agua, los atardeceres.
Aníbal Núñez del libro Primavera soluble [1978-1985]