jueves, 30 de octubre de 2008

Noviembre

Llega otra vez noviembre, que es el mes que más quiero
porque sé su secreto, porque me da más vida.
La calidad de su vida, que es su canción,
casi revelación,
y sus mañanas tan remediadoras,
su ternura codiciosa,
su entrañable soledad.
Y encontrar una calle en una boca,
una casa en un cuerpo mientras, tan caducas,
con esa melodía de la ambición perdida,
caen las castañas y las telarañas.

Estas castañas, de ocre amarillento,
seguras, entreabiertas, dándome libertad
junto al temblor en sombra de su cáscara.
Las telarañas, con su geometría
tan cautelosa y pegajosa, y
también con su silencio,
con su palpitación oscura
como la del coral o la más tierna
de la esponja, o la de la piña
abierta,
o la del corazón cuando late sin tiranía, cuando
resucita y se limpia.
Tras tanto tiempo sin amor, esta mañana
qué salvadora. Qué
luz tan íntima. Me entra y me da música
sin pausas
en el momento mismo en que te amo,
en que me entrego a ti con alegría,
trémulamente e impacientemente,
sin mirar a esa puerta donde llama el adiós.

Llegó otra vez noviembre. Lejos quedan los días
de los pequeños sueños, de los besos marchitos.
Tú eres el mes que quiero. Que no me deje a oscuras
tu codiciosa luz olvidadiza y cárdena
mientras llega el invierno.


Claudio Rodríguez (del libro El vuelo de la celebración)

miércoles, 29 de octubre de 2008

El sol de los amantes

El oficio de quien ama es ver
un sol oscuro sobre el lecho,
y en el frío, nacer al fuego
de un verano que no dice su nombre.

Es ver, constelación de pétalos,
la nieve caer sobre la tierra,
algodón del cielo, aire del silencio
que nace entre dos espaldas.

Es morir claro y secreto
cerca de tierras absolutas,
del amor que mueve las estrellas
y encierra a los amantes en un cuarto.


Traducción: Carmen Gloria Rodríguez y Vania Torres


Ledo Ivo (Del libro Poesía Completa 1940-2004)

martes, 28 de octubre de 2008

Angustia (otra versión)

Yo no vengo esta noche para vencer tu cuerpo,
en el que están los pecados de un pueblo ni para,
en tu impuro cabello, alzar tormenta
bajo el fastidio incurable que destilan mis besos.

Pido a tu lecho el pesado sueño sin fantasmas
deslizándose a través de las cortinas ignoradas del remordimiento,
que tú puedes saborear después de tus negras mentiras.
Tú que sobre la nada sabes más que los muertos.

Pues el vicio, royendo mi nativa nobleza,
me ha marcado, como a ti, con el sello de la esterilidad;
mas en tanto que tu seno de piedra lo habita

un corazón que la garra de ningún crimen hiere,
yo huyo, pálido, deshecho, obsesionado por mi sudario,
temiendo morir cuando duermo solo.


Stephane Mallarmé (versión de L. S.)

lunes, 27 de octubre de 2008

No se me importa un pito

No se me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; un cutis de durazno o de papel de lija. Le doy una importancia igual a cero, al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida. Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias; ¡pero eso sí! —y en esto soy irreductible— no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!

Ésta fue —y no otra— la razón de que me enamorase, tan locamente, de María Luisa.

¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos? ¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo y sus miradas de pronóstico reservado?¡María Luisa era una verdadera pluma!

Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina, volaba del comedor a la despensa. Volando me preparaba el baño, la camisa. Volando realizaba sus compras, sus quehaceres.

¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando, de algún paseo por los alrededores! Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado. “¡María Luisa! ¡María Luisa!”... y a los pocos segundos, ya me abrazaba con sus piernas de pluma, para llevarme, volando, a cualquier parte.

Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia que nos aproximaba al paraíso; durante horas enteras nos anidábamos en una nube, como dos ángeles, y de repente, en tirabuzón, en hoja muerta, el aterrizaje forzoso de un espasmo.

¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera..., aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas! ¡Qué voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes la de pasarse las noches de un solo vuelo!

Después de conocer una mujer etérea, ¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre? ¿Verdad que no hay una diferencia sustancial entre vivir con una vaca o con una mujer que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo?

Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender la seducción de una mujer pedestre, y por más empeño que ponga en concebirlo, no me es posible ni tan siquiera imaginar que pueda hacerse el amor más que volando.


Oliverio Girondo (del Libro Espantapájaros)

jueves, 23 de octubre de 2008

qaf (capítulo III)

El camino. Una memoria pasea sobre el polvo,
bajo el polvo. Polvo
que por camisa lleva mi tiempo, mis instantes.
El Camino. Y este incendio que crece
lentamente en mi interior.
El camino. Penetro en un firmamento de signos:
¿Qué hay? Me detuve a escuchar,
presto atención:
Dentro de mí arden esas lámparas
que se llaman heridas.


Adonis de El Libro (I)

martes, 21 de octubre de 2008

Yo no lo sé de cierto

Yo no lo sé de cierto, pero supongo
que una mujer y un hombre
algún día se quieren,
se van quedando solos poco a poco,
algo en su corazón les dice que están solos,
solos sobre la tierra se penetran,
se van matando el uno al otro.

Todo se hace en silencio.
Como se hace la luz dentro del ojo.
El amor une cuerpos.
En silencio se van llenando el uno al otro.

Cualquier día despiertan, sobre brazos;
piensan entonces que lo saben todo.
Se ven desnudos y lo saben todo.

(Yo no lo sé de cierto. Lo supongo)



Jaime Sabines (del libro Horal)

lunes, 20 de octubre de 2008

Sobre el poema

Un poema crece inseguramente
en la confusión de la carne,
sube aún sin palabras, sola ferocidad que gusto,
tal vez como sangre
o sombra de sangre por los canales del ser.

Fuera existe el mundo. Fuera, la espléndida violencia
de los granos de uva donde nacen
las minúsculas raíces del sol.
Fuera, los cuerpos genuinos e inalterables
de nuestro amor,
los ríos, la gran paz aparente de las cosas,
las hojas durmiendo el silencio,
las semillas al soco del viento,
-la hora teatral de la posesión.
Y un poema crece abarcando todo en su regazo.

Y ya ningún poder destruye el poema.
Insostenible, único,
invade las órbitas, las fachadas amorfas
la miseria de los minutos,
la fuerza sostenida de las cosas,
la redonda y libre armonía del mundo.

Debajo el instrumento ignora perplejo
la espina del misterio.
Y se hace el poema contra el tiempo y la carne.



Herberto Helder (del libro O el poema continuo)

viernes, 17 de octubre de 2008

El revés de la trama

Dificultosamente,
como un animal anfibio que trata de adaptarse a todos los desvaríos del planeta,
absorbo con mi pan la insoluble penuria enmascarada del alimento.
Apenas si mi piel es apta para vestir la esfinge desmesurada que me habita.
Mi cabeza es estrecha,
pero guarda recintos capaces de albergar varias ciudades en su frágil desván.
Mis manos no consiguen apresar las visiones que pasan por mis ojos
ni mis pies tocan fondo en la hirviente cantera de mi corazón.
¡Y qué feroz fisura entre mi lengua y cualquier laberinto del lenguaje!
Casi todo mi ser es invisible;
plegado en una brizna,
sumergido hasta el limo en la inconmensurable pequeñez.
La mole de San Pedro brillando en el agujero de la cerradura;
Bizancio en una lágrima.
Hija del desconcierto y la penumbra,
avanzo a duras penas con mi carta de construcciones y naufragios:
cariátide insensata transportando su Olimpo en la nube interior,
perdiendo a cada tumbo su minúsculo yo como una piedrecita del gran friso,
un ínfimo fragmento de eternidad que rueda hasta los límites del mundo
y se recoge a tientas, sin acertar su sitio y su destino.
Igual yo te celebro en tu desproporción y en tu desorden,
increíble existencia,
como si te ajustaras exactamente a la medida de mi cuerpo y al peso de mi voz.
Igual tú me repudias en mi provocación,
absurda vida en sombras,
como a una criatura intrusa en este reino,
cuando interrogo en vano tu rostro impenetrable, hecho de hierro y de muralla.
Te vuelves contra mí,
te eriges en guardiana de un sagrario que alejas de mis pies,
me arrebatas en un negro huracán donde se quiebran las tablas de la ley,
y me dejas en vilo, suspendida en el borde de la orfandad y la catástrofe,
mientras se precipitan al vacío, desplegando en la nada sus telones,
escenas y territorios desprendidos del revés de mi trama.
Todo es posible entonces,
todo, menos yo.
Olga Orozco (del libro Mutaciones de la realidad)

jueves, 16 de octubre de 2008

Canto vigesimocuarto

El coño es una telaraña,
un embudo de seda,
el corazón de las flores;
el coño es una puerta
que da quién sabe adónde
o a una muralla
que hay que derribar.

Hay coños que son alegres,
coños locos de atar,
coños anchos, estrechos,
coños de pacotilla,
charlatanes, tartamudos,
y hay coños que bostezan
y no dicen una palabra
así los mates.

El coño es una montaña
blanca de azúcar,
un bosque lleno de lobos,
es la calesa que arrastra a los caballos;
el coño es una ballena vacía
llena de aire negro y de luciérnagas;
es el bolsillo del pájaro,
su gorro de dormir,
un horno donde arde todo.

El coño cuando toca
es la cara del señor,
su boca.

Es del coño de donde ha salido
el mundo con las nubes, los árboles, el mar
y los hombres uno a uno
y de todas las razas.
Del coño ha salido incluso el coño.
¡Coño, el coño!


Tonino Guerra del libro La Miel (1993)

miércoles, 15 de octubre de 2008

El hombre imaginario

El hombre imaginario
vive en una mansión imaginaria
rodeada de árboles imaginarios
a la orilla de un río imaginario
De los muros que son imaginarios
penden antiguos cuadros imaginarios
irreparables grietas imaginarias
que representan hechos imaginarios
ocurridos en mundos imaginarios
en lugares y tiempos imaginarios
Todas las tardes imaginarias
sube las escaleras imaginarias
y se asoma al balcón imaginario
a mirar el paisaje imaginario
que consiste en un valle imaginario
circundado de cerros imaginarios
Sombras imaginarias
vienen por el camino imaginario
entonando canciones imaginarias
a la muerte del sol imaginario
Y en las noches de luna imaginaria
sueña con la mujer imaginaria
que le brindó su amor imaginario
vuelve a sentir ese mismo dolor
ese mismo placer imaginario
y vuelve a palpitar
el corazón del hombre imaginario.

Nicanor Parra de Hojas de parra (Santiago, Ganímedes, 1985)

martes, 14 de octubre de 2008

Yo nunca guardé rebaños

Yo nunca guardé rebaños,
pero es como si los guardara.
Mi alma es como un pastor,
conoce el viento y el sol
y anda de la mano de las Estaciones
siguiendo y mirando.
Toda la paz de la Naturaleza a solas
viene a sentarse a ni lado.
Pero permanezco triste, como un atardecer
para nuestra imaginación,
cuando refresca en el fondo de la planicie
y se siente que la noche ha entrado
como una mariposa por la ventana.
Pero mi tristeza es sosiego
porque es natural y justa
y es lo que debe haber en el alma
cuando piensa que ya existe
y las manos cogen flores sin darse cuenta.
Con un ruido de cencerros
más allá de la curva del camino
mis pensamientos están contentos.
Pensar molesta como andar bajo la lluvia
cuando el viento crece y parece que llueve más.
No tengo ambiciones ni deseos.
Ser poeta no es una ambición mía.
Es mi manera de estar solo.


Fernando Pessoa de El guardador de rebaños

viernes, 10 de octubre de 2008

La noche, el poema

Alguien ha encontrado su verdadera voz y la prueba en el mediodía de los muertos. Amigo del color de las cenizas. Nada más intenso que el terror de perder la identidad. Este recinto lleno de mis poemas atestigua que la niña abandonada en una casa en ruinas soy yo.

Escribo con la ceguera desalmada con que los niños arrojan piedras a una loca como si fuese un mirlo. En realidad no escribo: abro la brecha para que hasta mí llegue, al crepúsculo, el mensaje de un muerto.

Y este oficio de escribir. Veo por espejo, en oscuridad. Presiento un lugar que nadie más que yo conoce. Canto de las distancias, escucho voces de pájaros pintados sobre árboles adornados como iglesias.

Mi desnudez te daba luz como una lámpara. Pulsabas mi cuerpo para que no hiciera el gran frío de la noche, lo negro.

Mis palabras exigen silencio y espacios abandonados.
Hay palabras con manos; apenas escritas, me buscan el corazón. Hay palabras condenadas como lilas en la tormenta. Hay palabras parecidas aciertos muertos, si bien prefiero, entre todas, aquellas que evocan la muñeca de una niña desdichada.


Alejandra Pizarnik (del libro Poesía Completa, Ed. Lumen)

jueves, 9 de octubre de 2008

Tú estás aquí

Tú estás aquí, el ave de viento gira
Dulzura mía, herida mía, amor mío.
Viejas torres de luz se desvanecen
Y la ternura entreabre los caminos.

La tierra es ahora nuestra patria.
Entre la hierba y las aguas avanzamos,
Del lavandero donde brillan nuestros besos
Al espacio que fulminará la guadaña.

“¿dónde estamos?” Perdidos en el corazón
de la paz. Aquí, bajo nuestra piel,
bajo la corteza y el barro, sólo habla.

Con su violencia de toro, la sangre
Fugitiva que nos confunde y nos conmueve
Como esas maduras campanas sobre el campo.


Philippe Jaccottet de Poesía francesa contemoránea, 1915-1965: Antología bilingüe

miércoles, 8 de octubre de 2008

Asma es Amor


A Hilda, mi centaura

Más que por la A de amor estoy por la A
de asma, y me ahogo
de tu no aire, ábreme
alta mía única anclada ahí, no es bueno
el avión de palo en el que yaces con
vidrio y todo en esas tablas precipicias, adentro
de las que ya no estás, tu esbeltez
ya no está, tus grandes
pies hermosos, tu espinazo
de yegua de Faraón, y es tan difícil
este resuello, tú
me entiendes: asma
es amor.


Gonzalo Rojas de Poesía Esencial, 2006

martes, 7 de octubre de 2008

Sensación

Iré, cuando la tarde cante, azul, en verano,
herido por el trigo, a pisar la pradera;
soñador, sentiré su frescor en mis plantas
y dejaré que el viento me bañe la cabeza.

Sin hablar, sin pensar, iré por los senderos:
pero el amor sin límites me crecerá en el alma.
Me iré lejos, dichoso, como con una chica,
por los campos , tan lejos como el gitano vaga.

Arthur Rimbaud, 1870

lunes, 6 de octubre de 2008

Ángel de Oscuridad

Libertad aparente la palabra en el aire;
la espesura del verso,
penumbra iluminada por vocablos oscuros.
Solitarios, los pájaros, recorren
como una sombra más las sombras en el bosque.
La claridad
siempre es distancia; apenas un intento
de llegar a la luz. Ángel perverso
y bello, donde la noche anuncia
su lenguaje habitable.Nunca hallarás, al otro lado de estas sombras,
vida alguna; luz que te aleje, pájaro de las tinieblas, con sus nombres ambiguos
de las ruinas del tiempo.


Diego Jesús Jiménez "del libro Itinerario para náufragos" 1997

viernes, 3 de octubre de 2008

Poema V de Elogios, Saint John Perse

... Porque esas aguas quietas son como leche y todo lo que se explaya en las apacibles soledades de la mañana.
El puente, lavado antes del amanecer por un agua en sueños semejante a la mezcla del alba, entabla una hermosa relación con el cielo. Y la infancia adorable del día, por el emparrado de las tiendas rodadas, desciende hasta mi canción.
Infancia, mi amor, ¿no era más que eso?
Infancia, mi amor... ese doble anillo del ojo y la delicia de amar...
Hace un tiempo tan sereno, y por otra parte tan tibio, un tiempo tan continuo que se antoja muy extraño estar allí, con las manos atadas a la sencillez del día...
Infancia, mi amor, no hay más que ceder... Pero, ¿lo he dicho ya? No quiero agitar más esa ropa blanca, allí, en lo incurable, entre las verdes soledades de la mañana... Pero, ¿lo he dicho ya? Sólo hay que servir como de soga vieja... y este corazón, este corazón, ¡allí!, arrastrándose sobre los puentes, más humilde y más salvaje y más, que un viejo estropajo, extenuado...


Saint John Perse (del libro Elogios)

jueves, 2 de octubre de 2008

Malos Recuerdos



La vergüenza es un sentimiento revolucionario.

KARL MARX


Llevo colgados de mi corazón
los ojos de una perra y, más abajo,
una carta de madre campesina.

Cuando yo tenía doce años,
algunos días, al anochecer,
llevábamos al sótano a una perra
sucia y pequeña.
Con un cable le dábamos y luego
con las astillas y los hierros. (Era
así. Era así.
Ella gemía,
se arrastraba pidiendo, se orinaba,
y nosotros la colgábamos para pegar mejor).

Aquella perra iba con nosotros
a las praderas y los cuestos. Era
veloz y nos amaba.


Cuando yo tenía quince años,
un día, no sé cómo, llegó a mí
un sobre con la carta del soldado.
Le escribía su madre. No recuerdo:
"¿Cuándo vienes? Tu hermana no me habla.
No te puedo mandar ningún dinero…".

Y, en el sobre, doblados, cinco sellos
y papel de fumar para su hijo.
"Tu madre que te quiere."
No recuerdo
el nombre de la madre del soldado.

Aquella carta no llegó a su destino:
yo robé al soldado su papel de fumar
y rompí las palabras que decían
el nombre de su madre.

Mi vergüenza es tan grande como mi cuerpo,
pero aunque tuviese el tamaño de la tierra
no podría volver y despegar
el cable de aquel vientre ni enviar
la carta del soldado.


ANTONIO GAMONEDA(Del libro ‘Blues castellano’)